Por Jorge Dolce, Convencional Nacional de la UCR por Santa Fe

 

¿Qué pretende la sociedad respecto de las drogas ilícitas que parte de ella consume? ¿Qué pretende la dirigencia política y social respecto de este problema? ¿Se pretende eliminar o prevenir y regular el consumo de las mismas? ¿Los narcos son causa o consecuencia de la ilegalidad de dicho consumo? ¿El consumo de drogas es un problema moral?


La Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (ONUDD) elaboró un informe realizado por su director ejecutivo para que sea considerado en Viena por la Comisión de Estupefacientes encargada de evaluar el plan trazado en 2009. Ese plan estableció el año 2019 como fecha para que los países "eliminen o reduzcan significativamente los cultivos ilícitos de opio, coca y cannabis; la demanda ilícita de narcóticos y psicotrópicos y drogas relacionadas al riesgo de salud y social; la producción, manufacturación, marketing y distribución y tráfico de sustancias psicotrópicas, incluyendo las drogas sintéticas; el desvío y tráfico ilícito de precursores; el lavado de dinero vinculado al narcotráfico...” Luego de cuatro años, nada de esto ha pasado según el propio informe 2013 de la ONUDD.  Además, inesperadamente trascendió (no hay que darlo por hecho) que la misma propondrá, contrariando todo lo hecho hasta el presente, lo siguiente: “La despenalización del consumo de drogas puede ser una alternativa eficaz para descongestionar las cárceles y redirigir los recursos al tratamiento…". La evidencia de lo que sucede en el mundo y el surgimiento de la Comisión Global de Políticas de Drogas integrada por prestigiosas personalidades internacionales y ex presidentes ha clavado una cuña en el discurso hegemónico respecto del tratamiento de las adicciones por drogas. Atacando entre otros aspectos el enfoque moral del problema. El dilema de tratar el problema de las drogas como una cuestión moral ha dividido y divide de manera implícita y explícita a los sociedades del mundo. El pronunciamiento de la Iglesia de nuestro país en noviembre pasado, en un marco donde los principales referentes de la oposición (no participaron representantes del gobierno) se comprometieron a luchar contra el consumo y el narcotráfico, hizo público un documento donde se constata el daño que el mismo hace en los sectores más vulnerables y deja entrever que resolver el problema demandará mucho tiempo y sangre (¿estarán pensando en la “solución” Colombiana, o en la Mexicana…?). Si no fuera porque el vino (alcohol) forma parte de la liturgia eclesial, desde un punto de vista moral estaría mal hacerlo (de hecho en algunos países está prohibido y en EE.UU. lo estuvo hasta que terminaron con la llamada Ley Seca en el siglo pasado). Sin embargo, el consumo de alcohol es legal y está fuertemente regulado.  ¿Por qué? Porque se decidió legalizar y regular el consumo con restricciones para terminar con las mafias. Algunos piensan que si las drogas se legalizaran para regular su comercialización con las debidas restricciones, todos nos volveríamos adictos o se incrementaría el consumo de manera exponencial. Este razonamiento desvaloriza y subestima desde el vamos la autonomía de cualquier individuo a la hora de poder distinguir lo que afecta o no a su salud. Quienes están a favor de la prohibición, han morigerado su posición respecto de criminalizar el consumo personal (aún más, luego de un fallo de la Corte Suprema de Justicia que no penaliza el consumo para uso personal, en disidencia con lo establecido por la ley en vigencia) enfocando sus denuncias hacia los eslabones mafiosos que comercializan a gran escala. Pero, entonces, cómo evitar la comercialización ilegal si de hecho existe y de derecho se acepta el consumo personal? ¿La mafia es causa o consecuencia? He aquí la contradicción. Es un error pensar que quienes quieren legalizar el negocio de las drogas (¡¡negocio!! rotula la ONU y todo el mundo a este problema) atentan contra la juventud facilitándoles el acceso a sustancias que perjudican su salud. La legalización no está pensada para promover el consumo sino para terminar con la comercialización ilícita que corrompe las instituciones del Estado. El problema de por qué se consume es más profundo y tiene varias causas según la franja etaria o condición social de quien lo hace. No hay al respecto respuestas fáciles. ¿A qué le llamamos DROGAS? El glosario de términos de la OMS de 1994 define  drogas como: “Droga (drug) Término de uso variado. En medicina se refiere a toda sustancia con potencial para prevenir o curar una enfermedad o aumentar la salud física o mental y en farmacología como toda sustancia química que modifica los procesos fisiológicos y bioquímicos de los tejidos o los organismos. De ahí que una droga sea una sustancia que está o pueda estar incluida en la Farmacopea. En el lenguaje coloquial, el término suele referirse concretamente a las sustancias psicoactivas y, a menudo, de forma aún más concreta, a las drogas ilegales. Las teorías profesionales (p. ej., “alcohol y otras drogas”) intentan normalmente demostrar que la cafeína, el tabaco, el alcohol y otras sustancias utilizadas a menudo con fines no médicos son también drogas en el sentido de que se toman, al menos en parte, por sus efectos psicoactivos. Droga de diseño (designer drug) Sustancia química nueva con propiedades psicoactivas, sintetizada expresamente para su venta ilegal y burlar las leyes sobre sustancias controladas. Como respuesta, estas leyes suelen incluir ahora sustancias nuevas y posibles análogos de sustancias psicoactivas existentes. El término se acuñó en la década de los ochenta. Droga ilegal (illicit drug) Sustancia psicoactiva cuya producción, venta o consumo están prohibidos. En sentido estricto, la droga en sí no es ilegal, lo son su producción, su venta o su consumo en determinadas circunstancias en una determinada jurisdicción (véase sustancias controladas). El término más exacto “mercado de drogas ilegales” hace referencia a la producción, distribución y venta de cualquier droga o medicamento fuera de los canales legalmente permitidos. Droga legal (licit drug) Droga que está legalmente disponible mediante prescripción médica o en algunas ocasiones también sin ella, en una determinada jurisdicción.” Entender de qué se trata, cuáles son sus efectos reales y potenciales sobre la salud, etc. debiera formar parte de los debates tendientes a concientizar a la opinión pública. La legalización y regulación estatal del consumo de drogas ilegales apunta básicamente a despojar a las organizaciones criminales del control del negocio. ¿Cómo? Sacándoles la oferta. Ofreciéndoles a los consumidores (sea a través de laboratorios farmacéuticos o del Estado) legalidad, seguridad, calidad y control a su salud.  Como en modo alguno implica promover el consumo (sería como promover el uso de pastillas para poder dormir), éste debe estar fuertemente regulado. Si esto se hiciera, la eficacia de las fuerzas de seguridad, sobre el tráfico ilegal sería abrumadora dado que el universo a vigilar, controlar y punir quedaría circunscripto al tráfico marginal de este negocio. En el plano regional, Uruguay, ha sancionado una ley que legaliza y regula la producción, la comercialización y el consumo del cannabis (marihuana) poniendo a cargo del Estado la producción, fraccionamiento y comercialización de la misma y permitiendo el cultivo sólo para uso estrictamente personal. Esta iniciativa ha sido apoyada públicamente por cuatro expresidentes latinoamericanos, Ernesto Zedillo (México) Fernando Enrique Cardoso (Brasil) Ricardo Lagos (Chile) y César Gaviria (Colombia), algunos de ellos integrantes de la Comisión Global de Políticas de Drogas. Es tan ominoso el tratamiento mediático del tema que las causas del incremento del consumo (y de las adicciones) no se discuten seriamente en nuestro país. En vez de indagar, entre otros, qué tipo de sustancias consumen los distintos sectores sociales, cuáles son las franjas etarias afectadas, qué relación existe entre consumo y cronicidad, etc., se trata, por el contrario, de circunscribir el problema del consumo a los sectores más vulnerables. Esto es falso ya que quienes poseen poder adquisitivo consumen drogas de calidad y no necesariamente pueden volverse adictos; quienes no, consumen paco y mueren. Todas las drogas pueden generar adicción si se las consume asiduamente como remedio a un estado de ánimo. A la opinión pública le asiste el derecho de estar informada seria y responsablemente por parte de sus dirigentes políticos y sociales. ¿Acaso el tabaco, cuyo consumo es legal y está regulado, no genera cáncer? ¿Cuánto tiempo más demoraremos hasta admitir que existe consumo de drogas entre nuestros ciudadanos, que el mismo si se vuelve crónico, es pernicioso para la salud pero NO queremos mafias en torno al mismo? Si bien este razonamiento no garantiza la eliminación del consumo, puede sí garantizar su disminución. A este respecto, firme es nuestra convicción sobre la eficacia de la acción concurrente de las familias, de la educación y de las campañas de prevención, lo que a la par, coadyuvaría a la desarticulación de las mafias corrompedoras que medran vilmente con ello.