Por Jorge Lapeña, ex Secretario de Energía, Presidente del Instituto Mosconi

 

El actual modelo energético, basado en el gas natural, está en un punto de inflexión y sus problemas se pueden sintetizar en el hecho de que hoy no está garantizado un crecimiento sustentable, dice el autor. Por eso plantea que se deben discutir otras alternativas y que es necesario recuperar tanto el rol del Estado como la rentabilidad para el sector privado. 


El sector energético argentino presenta hoy un conjunto de problemas estructurales sin resolver que hacen temer seriamente por el futuro. Se pueden sintetizar en el hecho de que hoy no está garantizado un crecimiento sustentable; la ampliación de la oferta no es suficiente para garantizar el abastecimiento de una demanda (eléctrica; gas natural; combustibles líquidos) que crece con una tasa que ronda el 6% anual; no hay un clima inversor entusiasta ni tampoco un Estado que se anticipe al futuro promoviendo e implementado soluciones creíbles ante el hecho consumado de la peligrosa parálisis.

Lo anterior nos introduce en el primer problema técnico relevante: la ampliación de la oferta energética es siempre un proceso lento y complejo; el período de maduración de los proyectos es largo (3 a 4 años); los proyectos son intensivos de capital; no hay muchas posibilidades de sustituir oferta. En resumen: ya es tarde y en los próximos años habrá efectos no deseados

La segunda cuestión relevante que se plantea es la referida a porqué no se amplía la oferta. En este caso las causas son claras: el sector está basado en la idea de que el sector privado realiza las inversiones en el marco de contratos de concesión firmados con el Estado y regulados por este. Tarifas justas y razonables deben permitir la recuperación de las inversiones en plazos razonables. Pues bien: los contratos están desactualizados y no son renegociados; las leyes marco no se cumplen a cabalidad y por lo tanto no inspiran confianza y algunas están obsoletas (Hidrocarburos); la confianza en el futuro es baja; el resultado es cantado: no hay inversión.

Actores de reparto

Digamos también algo de los actores: el Estado argentino no protagoniza; como si lo hace desde siempre el brasileño por ejemplo, el empresariado petrolero que opera en la Argentina, con muy pocas excepciones, no logró reemplazar al YPF estatal en su concepción estratégica global; antes bien se benefició con los descubrimientos de ésta pero sin ampliar los horizontes de reservas ante la tolerante mirada estatal. 

Pero, ¿dónde está el problema de fondo? La Argentina, que tiene su sector energético basado el gas natural, ha dilapidado en pocos años su riqueza gasífera. A fines de los años 80 contaba con 35 años de reservas, era un país gasífero; la aplicación de una política autodestructiva de "todo mercado y Estado ausente" generó en muy poco tiempo un país con reservas para sólo 9 años y —por lógica— estancamiento productivo. Además la producción petrolera disminuye desde 1998 (bajó 20% desde entonces); pronto se tendrá que volver a importar petróleo.

El sector eléctrico presenta problemas similares; algunos derivan de las fallas en el suministro de gas a un parque termoeléctrico que fue concebido para quemar "gas por siempre" (exógenos); otros son propios (endógenos); todos ellos muy graves.

Esta situación contrasta con la de Brasil donde tanto la producción petrolera y gasífera como las reservas vienen creciendo en forma constante, y el país se encamina en forma decidida hacia el autoabastecimiento petrolero, gracias a una correcta política energética. 

La insuficiencia de las reservas gasíferas (el 50% de la ecuación energética depende del gas natural) al no permitir un crecimiento de la oferta energética basada en el gas de los yacimientos argentinos, cuya producción está estancada, dispara cuestiones clave que deben ser resueltas con suma urgencia. 

Los temas clave

La primera es la necesidad de contar con una fuente externa de gas natural que complemente y compense la declinación de los yacimientos nacionales; este suministro externo no será temporal sino que jugará un papel permanente en nuestro abastecimiento energético futuro; veo en el horizonte una importación creciente que partiendo del actual 4% llegue en 2015 a cubrir un 25% de la demanda total. Es necesario identificar el país proveedor; firmar un contrato de suministro de largo plazo (conveniente para ambos países); y construir un gasoducto para transportar el gas hasta nuestro mercado. La mejor solución es Bolivia; toda otra opción es peor.

La segunda cuestión es el precio: la Argentina pierde definitivamente la ventaja comparativa de tener energía más barata que otros países; hay que asumirlo con realismo: podremos importar fuel oil de Venezuela; gas de Bolivia o de otro origen; pero lo haremos a precios internacionales (o relacionados con ellos); pensar que eso no impactará en el mercado doméstico es voluntarismo puro. 

La tercera cuestión es la referida a cómo maniobrar para ser un país menos dependiente del gas natural. La solución implica planes con más energía hidroeléctrica; la utilización de la energía eólica en gran escala y, posiblemente, más energía nuclear. El desafío es enorme porque el Estado en los últimos 15 años liquidó el capital humano y las oficinas especializadas para llevar a cabo estas tareas. 

Mientras tanto la acción gubernamental (anuncios puntuales impactantes pero no políticas en sentido lato) no logra convencer desde lo racional; tampoco logra consensos ni políticos, ni académicos, ni empresarios. Los grandes problemas técnicos relevantes irresueltos de larga data que en apretada síntesis hemos descrito constituyen, en la medida en que no se resuelven, un macro problema político. Creo que ni el gobierno, ni la oposición en crisis, han tomado debida nota de este tema. Es hora entonces de encarar su solución en forma holística; para ello es necesario dar un "giro copernicano" en la forma de pensar y gestionar este sector respecto a lo que se ha hecho en los últimos tres lustros.