Por Claudio López, 09/07/2016
Estar lejos hace que me resulte imposible mantenerme ajeno al Bicentenario de la Independencia. Me siento obligado a registrar lo que estoy viendo y viviendo, tratando de darle un sentido en el contexto de esta celebración.
Tuve la oportunidad de observar la escena nocturna de la plaza Universidad, en Catania. Un centenar de personas alrededor de una pantalla instalada por el gobierno regional para difundir eventos culturales y deportivos, se convocaba ante la semifinal de la Eurocopa. Hubiese dicho que la gran mayoría no eran portugueses; sin embargo, ante los goles o cada vez que la cámara tomaba a la estrella del equipo, tronaban los aplausos. La mayoría parecía provenir del África negra, no hablan portugués de Portugal, y varios ni siquiera hablan portugués. Son ciudadanos de ex colonias, de ese y otros países europeos. Es notable observar cómo, en lo simbólico, a cuya conformación contribuye la competencia deportiva, los otrora reinos coloniales siguen siendo una referencia.
Todo el tiempo, inmigrantes de los países africanos llegan a Sicilia recreando, trágicamente, la llegada de civilizaciones pretéritas. Fenicios, romanos, germánicos, bizantinos, sarracenos, normandos, aragoneses, castellanos y ...Garibaldi, para unificar Italia, apreciaron la importancia geopolítica de la isla: centro y panóptico del Mediterráneo. Los migrantes del África árabe y del África negra, casi todos musulmanes, llegan con menos pretensiones. Huyen de sus países porque se sienten condenados, ellos y toda su descendencia. Prefieren correr el riesgo de no llegar, de que su buque sea devorado por la historia de un mar esquivo, a quedarse y sucumbir a la espera de oportunidades que no tendrán.
Hay una simplificación a la que se recurre con frecuencia: "Europa recoge el producto de la colonización". Sin dejar se ser cierto, no alcanza a explicar la profundidad del proceso migratorio. Los trabajadores viven las mismas penurias en todos lados. Españoles, británicos, rumanos, chilenos, mexicanos o argentinos. Todos quieren llegar a fin de mes, pagar la renta y solventar la educación de sus hijos. Los jóvenes, en todos lados, quieren un trabajo, estudiar una carrera, protagonizar su presente y construir su futuro.
¿Cabe responsabilizar a las actuales sociedades europeas de que miles de refugiados lleguen a sus países todos los meses, todas las semanas? Y más todavía, ¿cabe responsabilizarlas de las consecuencias de la colonización en América, en África y donde quieran que hayan posado la espada y la cruz? Me bastaría, y esto es absolutamente personal, con una disculpa de los gobiernos. O del cuestionado Parlamento europeo, que ojalá sobreviva, junto con la Unión. Le piden a Turquía que reconozca el genocidio perpetrado en Armenia, lo bien que hacen. Pueden tomarse de ese precedente y reconocer lo suyo en las colonias americanas. Podrían hacer un resarcimiento económico, también. Simbólico, ya sabemos que no están para gastos. Digamos un cheque por un euro. Seria suficiente, porque se trata de gestos, aunque probablemente no conforme a los pueblos originarios y sería más que comprensible, sobre todo cuando los que constituimos sus sociedades nacionales no hemos procedido, con éxito, a garantizarles una vida más digna.
A tanta distancia geográfica e histórica, me sitúo imaginariamente frente al Salón de la Casa de Tucumán, en el que los representantes del Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata se alzaron contra Fernando VII. En mi última visita, en 1998, en el siglo pasado, un cordón impedía el paso porque, según un cartel, el ámbito conservaba el piso original, el que pisaron los que dieron un paso adelante en la historia. Pienso que este presente necesita mucho nutrirse de experiencias como las que hace 200 años protagonizaron los pueblos americanos.
Siracusa, 9 de Julio de 1916.
Claudio López es Profesor en Ciencias de la Educación.